Sobre las escuelas/ compañías de teatro y la congruencia y honestidad de los involucrados.

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Más que un artículo, esto es un desahogo y una simple opinión mía. Ni generalizo ni pretendo ofender, recuérdenlo en caso de leer. 🙂

Soy una teatrera y productora respetuosa. No me meto con el trabajo de los demás, ni paso mi tiempo buscando obras de la competencia para irlas a ver y descifrar qué criticarles. Jamás publico opiniones sobre los errores o aciertos de otras escuelas, ni me siento con la autoridad moral de criticarlos o juzgarlos. Realmente mi energía se enfoca en cómo lograr que Spotlight sea mejor que Spotlight la producción pasada, y no en cómo Spotlight debe ser mejor que el vecino. Demeritar el trabajo del de al lado o resaltar sus errores, no hace los tuyos inexistentes ni te hace mejor. Siempre digo que todo cae por su propio peso y que cuando las cosas se hacen de manera honesta y con corazón, todo se va acomodando y eventualmente sale bien. Y así ha sido hasta ahora. Con base a un esfuerzo desmedido, entrega y trabajo constante, orden, disciplina, un gran equipo leal y maravilloso, y sobre todo muchos grandes corazones y pasiones: Spotlight es lo que es hoy.

Respeto la competencia honesta y positiva. Reconozco y aplaudo el trabajo de las compañías y escuelas que hacen las cosas de manera honesta, y se esfuerzan porque salgan bien. Es más, cuando en mis manos ha estado; he apoyado a escuelas vecinas como he podido. Ya sea como staff, prestando vestuario, etc. Sin embargo me encuentro una y otra vez con que somos pocos los que hacemos las cosas así. Aquellos vestuarios que presté, ¿qué creen? Ya pasaron SEIS años y siguen sin devolvérmelos. Nadie me dio la cara para decirme que de plano se los iban a quedar o lo que sea. Yo elegí prestarlos en vez de rentarlos porque si no nos ayudamos entre teatreros, ¡nadie lo hará! y, vaya… me quedé sin vestuarios. Afortunadamente en el camino también me he encontrado a otros, quienes están dispuestos a jugar limpio, velar por el bien del teatro, y además apoyar a Spotlight cuando se ha requerido, y casualmente son esas escuelas “competencia” dispuestas a apoyar, cuyo trabajo es impecable.

Parece mentira que las escuelas que hacen las cosas –perdón por la rudeza pero es la verdad- más feas, son las más necesitadas de hacerlo todo con trampas, o sucias, o a medias.

Yo me pregunto: ¿con qué congruencia se lleva una escuela/compañía de teatro, si para empezar; no se respeta al teatro. No se respeta cuando no se pagan los derechos correspondientes para presentar una obra, no se respeta cuando se utiliza el libreto que tradujo alguien más y no se le pide, no se respeta cuando sabiendo que otra compañía está montando una obra y CON DERECHOS, se elige presentar esa misma. ¿Qué mensaje se está dando? “Vengan a hacer teatro, porque es sagrado, y nosotros sí que trabajamos bien. Respeten sus ensayos, respeten a sus directores, y vendan boletos. Pero recuerden, hay otra compañía montando la misma obra y en las mismas fechas… y además no podemos hacer publicidad porque no compramos derechos”. Ah, okay. No pues, si suena formal el asunto. No sé quién está peor, si los que producen y organizan esas obras mediocres, o todas las personas que se prestan a participar en ellos.

No nos damos cuenta que hacer esas cosas sólo daña al teatro en nuestro país. Todo el público que va a ver a la vecina, sobrina, amiga, a una obra escolar fea, es público que PIERDE LA FE EN EL TEATRO. Es público que después no va a ir a ver algo, y va a creer que todas las obras son así. ¡No necesitamos generar perdida de fe en el teatro! Necesitamos sembrarla en todo el país. Que cada que alguien vaya a ver una obra, salga convencida de que valió la pena. Pero de nuevo, ¿qué es peor, los que producen este tipo de obras, o todos los que se prestan a participar en ellas? Porque claro que es padrísimo tener el estelar. Pero si no tienes el perfil, o el nivel de un estelar en una BUENA compañía amateur de teatro, menos lo vas a tener para una compañía profesional. Y estamos llenos de “chavitos” que prefieren ser el estelar de “Macabra, el musical” que ser un buen ensamble de Aida. Prefieren llevar a su público a verlos cantar como estelar al auditorio de su escuela, que verlos luchar por ser mejores aunque en ocasiones eso implique ser ensamble, en un gran teatro y con una obra con derechos y bien puesta.

Qué triste que seamos así. Que triste que así sea como esté creciendo parte de la siguiente generación de teatreros. En la mediocridad total de tantas compañías que montan por montar que no están haciendo las cosas porque tienen un mensaje que enviar al público, o porque creen en el teatro y la magia que genera… sino por quedarse con un peso más. Que triste que haya gente que espera tener el estelar en cada obra, pero no toma ni una clase de canto/actuación/baile y pretende en su adultez seguir siendo el estelar que fue en la secundaria y prepa, sin seguir trabajando en su talento. Qué triste que haya tantos teatreros soberbios dispuestos a hacer todo con los pies, antes que asumir el enorme reto, responsabilidad y hasta sufrimiento que implica hacer las cosas bien.

Y de verdad ha pasado de todo, y siempre elijo no decir nada porque estoy convencida que mientras nosotros hagamos las cosas bien, y seamos nuestro propio parámetro de comparación, todo saldrá de maravilla. Pero, ¿de verdad la gente cree que no nos damos cuenta? En serio; cuando estábamos montando AIDA, otra escuela decidió montarla justo al mismo tiempo. Y no se hacían publicidad porque nosotros teníamos los derechos, luego escuché alguna canción que ENCIMA era la traducción que YO MISMA hice para Spotlight. ¿De dónde sacaron la adaptación? Ni idea. Luego hay gente que se presenta a los primeros ensayos para tomar material y nunca vuelve. Una persona que estuvo en FAMA, después hizo su montaje usando nuestro libreto. Mientras montábamos MISERABLES, otra compañía la puso al mismo tiempo. Y ahora, otra escuela ha tenido la brillante idea de montar JESUSCHRIST SUPERSTAR incluso con nuestro mismo logo. Estos son de verdad sólo algunos ejemplos, pero tengo muchos más. Que, por cierto, le vendría bien al mundo saber que por cambiar el título de la obra, no es más legal el hecho de no pagar los derechos. O sea, perdón pero “Nubia El Musical”, sigue siendo plagio y completamente ilegal, se los digo yo, que afortunadamente soy también abogada. Y aunque podría; no soy, ni he sido ni seré quien vaya a acusar a ninguno de al lado. Nadie tendría que acusar al vecino porque su propia consciencia debería dictarle hacer las cosas bien, no por miedo a ser acusado, sino porque eso es conducirse con congruencia ante el teatro. Mis energías las uso en hacer las cosas en Spotlight bien. Deberíamos aplaudir y generar competencia positiva y honesta, en donde todos los teatreros tuvieran un abanico de posibilidades reales de dónde hacer buen teatro y aprender aún más. No como productores, organizadores o coordinadores estar buscando cómo pisar al de al lado, cómo hacerle trampa o criticarlo.

Resumiendo: me parece triste que algunas personas del círculo del teatro en nuestro país haga que la gente pierda la fe en él, y que los pocos que tenemos medianamente en nuestras manos volver a sembrar esa fe, en vez de hacerlo, nos dediquemos a hacer cochinadas. Me parece triste que haya escuelas haciendo una competencia tan deshonesta, y que se conduzcan con tanta incongruencia. Y me parece muy triste también que haya tanto teatrero que prefiera irse a estas escuelas por ego o soberbia, antes que aguantar, tomar clases, y ser ensamble en un buen lugar.

En fin, en Spotlight seguiremos haciendo las cosas con el corazón, seguiremos siendo honestos, disciplinados, entregados y apasionados. Seguiremos intentando transmitir respeto al teatro, y fe tanto a púbico como a talento. Trabajaremos siempre por ser mejor de lo que fuimos la producción pasada. Continuaremos dándole el valor tan importante que tiene el factor humano: preocuparnos por el elenco, por su cartera, su tiempo, su vida. Seguiremos formando un equipo solido y leal de equipo técnico y de producción, intentando siempre que sepan cuán agradecido, respetado y valorado es su trabajo. Estaremos siempre listos para hacer magia delante y detrás del escenario, y tendremos las puertas abiertas siempre para todos los que se nos quieran unir. Sin embargo, si no quieren estar en Spotlight, no tienen que hacerlo. Pero sugiero ampliamente que busquen escuelas/compañías honestas. Las hay. Somos pocas, pero las hay. Por el bien del teatro, del público, de los teatreros, de su dignidad, la nuestra y la de nuestro trabajo, busquemos todos hacer las cosas bien.

Habiendo sacado todo lo anterior de mi sistema, dejaré de escribir. ¡Que viva el teatro y todos los que genuinamente lo amamos y creemos en él y en la magia que genera!

Y si les interesó el tema y mi desahogo al respecto, ja, aquí está el link de algo que hace unos meses escribí también:

«El Show debe Continuar»

«El Show debe Continuar»

Desde luego, el teatro es una parte importante en mi vida, y lo amo y creo en él. Creo en la magia que se crea a través de él, creo que cambia vidas, creo que el teatro elige a la gente y no al revés. Creo que es un arte hermoso y poco valorado. En el teatro no existe «Toma 2». Tienes dos horas para enviar el mismo mensaje al público, independientemente de los problemas con los que te topes durante la función. En el teatro no hay «close up» para que transmitas una emoción con un gesto que no se vea exagerado. No tenemos pantalla verde para hacer efectos especiales, ni un súper equipo de edición que corrija todos los errores. El teatro es sincero y te muestra las cosas como son y en el momento. El teatro es accidental, pasional y real. Como la vida; se levanta el telón y si algo sale mal, tienes de dos sopas: o te lamentas por ello y te estancas sabiendo que el tiempo sigue corriendo, o aprendes la lección, rápidamente te repones y sales a la siguiente escena dando todo lo mejor de ti. Porque al final del día la función va a terminar, el público te está esperando; o te repones y sigues, o te enfrascas y das una mala función.
El teatro es preparación, pasión, entrega desmedida y compromiso. Pero también es trabajo en equipo. Es saber que cientos de corazones laten al ritmo de una misma función. El teatro es la magia y adrenalina de levantar el telón, de entregarte en el escenario o detrás de él y conmover al público; enviarles un mensaje, transcender en sus vidas.
Llevo haciendo teatro desde los ocho años. Y a su vez, llevo ocho años produciendo. Sin duda podría seguir hablando maravillas de eso que tanto me llena. Sin embargo, mi reflexión en esta ocasión también aborda otro aspecto:
No es casualidad que exista  la frase de «El show debe continuar». Esto no es más que una aseveración del universo advirtiéndote que te vas a encontrar con miles de topes, baches, conflictos y percances en todas sus presentaciones: pero que vas a tener que solucionarlos.
Además de los problemas que pueden existir en una función como olvidar una línea, o que falle un micrófono… hay algunas áreas de oportunidad que como teatreros ocasionamos y está en nuestras manos mejorar o corregir.
Desde luego nada de esto lo digo a manera de generalizar ni de ofender. Es simplemente mi opinión basada en mi experiencia. Observaciones que me parece que de tomarse en cuenta, nos ayudarían a todos los que estamos enamorados del teatro. Afortunadamente hay muchos casos quienes no caen en ninguna de estas áreas de oportunidad. Y es por esa gente que el teatro sigue vivo y por quienes al final todo vale la pena: si eres de esas personas ¡felicidades y gracias! y si no, espero puedas considerar algunas de estas reflexiones. En fin, aquí va lo que he concluido:
1. Desafortunadamente la gente se enfoca más en pisar al de al lado, antes que fijarse por dónde camina. Si emplearan la mitad del esfuerzo que usan en ver qué criticar, en mejorar lo que les toca… se dejarían de hacer cosas mediocres.
A veces me pasa que llega gente a quererme contar «chismes» de otras escuelas o compañías de teatro, como si por hacerlo fuesen a quedar bien conmigo… ¡No! Cada quien debe enfocarse en ser lo mejor que pueda ser. La competencia de Spotlight no es el de al lado… ¡es la producción del año anterior y mejorarla manteniendo la calidad, pasión y reto en todos! Entre más compañías existan, que hagan bien las cosas, que no se roban libretos, que compran derechos, que son justas y éticas, y que no presentan cosas feas, ¡mejor nos va a todos! Porque eso es ser congruentes con una escuela de teatro: para enseñar, primero hay que poner el ejemplo de hacer las cosas bien. Así crearíamos un círculo virtuoso en el que habrían más teatreros bien preparados y humildes en vez de «divas»; y a su vez acrecentaríamos el número de gente que cree en el teatro porque lo que ha visto (independientemente de dónde) le gusta, y quiere seguir asistiendo.
2. También el problema es que nos enfrentamos al hecho de que mucha gente quiere producir por producir. Y por eso terminan habiendo tal cantidad de obras mal hechas. La línea de pensamiento de mucha gente es: «Quiero producir algo, ¿qué podría ser?», y en mi muy humilde opinión, la idea tendría que ser: «Tengo este mensaje que mandar, con esta maravillosa obra… ¿cómo puedo hacerlo realidad?». El punto es que producir no es cosa fácil, y no nos damos cuenta que entre más obras mediocres se estrenen, más dañamos la situación del teatro en el país. Porque: entre que hay quien quiere poner una obra por ponerla; y entre los teatreros que se prestan a participar en ellas porque prefieren ser el estelar de una obra fea que ensamble en una bien puesta… pues nada más no nos ayudamos. Luego nos quejamos de por qué la gente no va al teatro. Hagamos las cosas con el corazón, con profesionalismo y con el trabajo que se requiere; y entonces el público responderá de la misma manera.
3. Se vale soñar, claro. Pero siempre he dicho que las ganas de obtener algo, deben ser directamente proporcionales a las ganas de trabajar para alcanzarlo. A muchos se les puede olvidar la parte del trabajo: nada viene regalado.
4. Desgraciadamente entre más creces, la gente más se enfoca en comentar sobre tu estatura. Porque vale más la pena señalar los centímetros que te faltan por crecer, que admitir los metros que llevas de crecimiento. No sólo aplica para una compañía como tal, también ocurre entre los actores. Nos hace falta empatía, respeto y humildad.
5. Entre más das, más te exigen. Deberíamos probar también valorar y agradecer antes de exigir. Y sobre todo, pensar en si estamos haciendo todo lo que toca a nosotros. Es lo mismo que ocurre con el hecho que entre más específicas das las indicaciones, más dudas se generan; o peor: más floja se vuelve la gente para usar el sentido común, o recordar una indicación previamente dada.
6. Hay quien SIEMPRE se va a empeñar en buscar el lado negativo. No importa las diez cosas que hagas bien, el comentario irá encaminado a la una cosa que te falló. Deberíamos todos hacer el ejercicio de cambiar esa mentalidad. Hacerlo, nos permitiría a todos disfrutar más y trabajar en ambientes más sanos y positivos.
7. El 90% de la gente que te ofrece ayuda incondicional, no lo dice en serio. Sin embargo el 10% que sí va a ayudarte, hará que valga la pena todo… y ayudará con tal ímpetu, que no te hará falta el otro 90%.
8. Por alguna extraña razón, siempre hay que perseguir a la gente para que haga su trabajo. Eso hace tedioso el camino. ¿Por qué tenemos que esperar a que nos persigan para enviar algo que quedamos en mandar? ¿Por qué parece que nos tienen que rogar para prestar un servicio?
9. Definitivamente «Lo que dice Juan de Pedro, dice más de Pedro que de Juan».
10. Estamos muy acostumbrados a opinar. Antes de preguntar, asumimos; y antes de informarnos, opinamos. Esto es súmamente dañino. Ya si vamos a opinar, al menos debería ser de manera proactiva que incluya una sugerencia de solución, y por supuesto, deberíamos informarnos antes de juzgar.
Creo que siguiendo el hecho de lo felices que nos hace el teatro, debemos actuar con congruencia. SÍ podemos cerrar el círculo vicioso e iniciar una generación de nuevos teatreros, productores y espectadores. Pero para eso hay que empezar con uno mismo. Estudiando, preparándonos, siendo humildes, compitiendo con nosotros mismos para ser mejores, admitiendo que no importa cuánto sepamos; siempre tendremos cosas por aprender. Comprendiendo que vale más una función bien hecha que diez a medias. Estando conscientes de que el nivel de una producción, es directamente proporcional al nivel de compromiso y trabajo que se empleó en la misma. Asumiendo que es mejor ser ensamble en una buena obra, que el estelar en una mala obra. Haciendo las cosas con el corazón y sabiendo que lo que el teatro llena es el alma y no la cartera. Si empezamos a hacer estos pequeños cambios dentro del círculo del teatro, pronto se propagará y tendremos más público… Creo en el teatro, creo en los cambios que puede generar en la vida de la gente, y creo en el corazón tan grande que tiene cada teatrero, y sé que el teatro en nuestro país pronto será aún más valorado. Creo en el cambio que podemos generar para que así sea, pero para eso, primero debemos cambiar nosotros. Recordemos que si el show va a continuar hagamos lo que hagamos… es mejor dar todo de nosotros para tener una extraordinaria función, y que cuando el telón se cierre; estemos tranquilos porque sabemos que dejamos el corazón.
Y si les gustó este pequeño artículo, y les interesa mi opinión al respecto, pueden leer algo que escribí muy recientemente:

Que me diga «princesa». (Sobre la congruencia feminista)

No tengo nada en contra del apodo “princesa”, de hecho me encanta. Pero me gusta por la congruencia que yo le doy. Que me diga princesa porque merezco su respeto y no sólo su ternura. Porque aunque porto una corona con elegancia, cuando es necesario, me la quito y me pongo la armadura. Que me diga princesa porque está seguro que un día quiere que sea su reina; y porque tengo siempre una sonrisa para él y para su familia, aunque las circunstancias sean adversas. Que me llame princesa por soñadora, sí. Pero por trabajar con congruencia directo hacia mis sueños; por ser valiente y emprendedora. Princesa porque una cosa es ser femenina y otra muy diferente es ser infantil.

Con esto del feminismo radical y la desenfrenada búsqueda de las personas de un chivo expiatorio externo culpable de sus males, sin nunca querer buscar internamente… últimamente he leído mucho sobre el “daño” que ocasiona Disney y sus prototipos de princesas a los ideales de las niñas. Hablan de lo mal que está el que los juguetes de los niños sigan siendo coches y herramientas, y los de las niñas sean kits de limpieza y de cocinitas.

Uno se topa con gente verdaderamente indignada porque los hombres no tienen “maternity leaves” en las empresas, y todas esperamos que nuestro futuro esposo (independientemente de que sepamos quién es o no) llegue con toda la disposición de compartir las labores del hogar, porque nosotras tenemos toda la intención de seguir trabajando. Entre nosotras nos damos apoyo cuando algún hombre “no coopera con sus hijos”, cuando en estos tiempos absolutamente todo debe ser 50%-50%.

A todo esto, tengo algo que decir. Lo primero es un pequeño paréntesis aprovechando el comercial: Las princesas de Disney no son una figura comodina de la damisela en peligro a la que se le cumplieron sus sueños por sentarse a Facebookear sobre su soltería todo el día. Tan absurdas como nos puedan parecer, todas tomaron decisiones arriesgadas e hicieron sacrificios que las llevaron a obtener lo que querían. Digo, Ariel abandonó su voz, Bella abandonó su libertad, y todas y cada una eran congruentes con lo que deseaban. Sus ganas de obtenerlo eran directamente proporcionales a sus ganas de trabajar para lograrlo. Dicho lo cual, doy por terminado este paréntesis. Porque verdaderamente mi punto central, no es discutir a Disney, sus princesas y su percepción actual.

Mi punto central, es la congruencia. Yo no quiero discutir si está bien o mal que los niños jueguen con coches y herramientas y las niñas con cocinas. Lo que quiero tratar es la congruencia. ¿De qué nos sirve quejarnos de todos los factores externos si internamente no estamos listos para un cambio? Si al final del día, esperamos que pasen por nosotras, nos paguen la cuenta y nos gusta que nos digan “princesa”; ¿cuál es el punto de la queja entonces? Porque, claro; el problema lo tuvo la Barbie que era niñera en vez de empresaria, y no la congruencia en la educación por parte de los padres.

Creo que al parecer nos gusta quejarnos por quejarnos. Verdaderamente las cosas cambian con acciones, no con opiniones. Y nos la pasamos opinando sobre el feminismo y el mucho daño que las cosas afuera le hacen a las niñas y niños. Pero internamente no generamos un cambio. Como ya mencioné, no tengo ningún problema con que me digan “princesa”. Al revés. Sólo me parece simpática la gente que está en contra de las princesas de Disney por no ser feministas, pero están en pos de que el novio les llame “princesa” de cariño.

Para no desviarme –de nuevo- del tema… lo que pretendo es hacer una invitación abierta a la congruencia. De poco sirve preparar a las futuras generaciones con ideales de igualdad de género, si somos los primeros que juzgamos a quienes se atreven a hacer las cosas diferentes.

Y sobre esto tengo una experiencia personal que compartir. Soy más grande que mi novio. Por ocho años. SI, leíste bien. Lo chistoso aquí, es que tengo dos parejas de amigos en las que ellos le llevan diez años a las niñas (que por cierto, tienen la edad de mi novio). Y eso está completamente aceptado. Porque, claro… son las niñas y se vale que sean más chicas. ¿Pero al revés? Qué barbaridad. Queremos igualdad de genero, si. Pero, ¿cómo va a ser la mujer más grande? ¿Y los hijos? ¿Y la boda? ¿Y el dinero? Si un hombre está con una mujer más chica, es simplemente esperado y aceptado, pero si una mujer está con un hombre más chico, es inmediatamente tachada como aprovechada. La buena noticia es que en mi caso, la gente que me conoce, está completamente de acuerdo con la situación, porque sabe que no soy así y afortunadamente cuento con la inteligencia emocional para entender las cosas, y la gente que me rodea también. Pero, ¡madre mía! Pobres de las demás mujeres en la misma situación que no corran con la misma suerte. Entonces, de nuevo pregunto: ¿queremos igualdad de género, sí o no? O pa’ lo que nos conviene nada más. O sea sí queremos trabajar, pero que todo lo pague él. O, sí queremos dividir los gastos de la casa, pero en mi parte de los gastos habrán grandes cuentas de compras, salones de belleza y gimnasio. O, con mucho gusto de vez en cuando invitamos, pero… es su chamba pasar siempre por nosotras. Si queremos igualdad de género, pero él siempre tendrá que ser más grande que ella.

De nuevo. No estoy diciendo que algo esté bien o mal. Sólo creo que deberíamos de ser más congruentes con lo que pensamos y lo que hacemos, o en su defecto, con lo que decimos que pensamos y en realidad no creemos. El cambio (cualquier tipo de cambio) comienza en nuestra congruencia y pensamiento. Después generamos el cambio en uno mismo, y una vez habiendo logrado eso… podemos quejarnos todo lo que queramos de la “Barbie machista” y la “princesa floja” y por supuesto poner nuestro granito de arena para generar tal cambio.

  1. No quiero armar polémica. Estoy simplemente dando mi opinión, que, desde luego, están en todo su derecho de discrepar. Así que sí, soy mujer, soy más grande que mi novio, trabajo, me encanta que me digan “princesa”, y sólo espero que eventualmente todos nos conduzcamos con congruencia, independientemente del feminismo, de las princesas, y de las expectativas. Nosotros. Cada uno. Seamos congruentes y abramos nuestra mente y corazón a cambios.

Sobre las audiciones. (De teatro, y más específicamente teatro musical)

Me he dado cuenta que cuando de audiciones se trata…suceden fenómenos bastante inimaginables. Soy una persona que por circunstancias diversas, ha estado expuesta a las audiciones desde muy temprana edad. Y no me refiero a que mi mamá me llevaba a castings de Alpura y Telcel… porque de hecho no. No me llevaba a ninguna de esas. Pero si hice muchas en el teatro de la escuela en la que iba. Y me acuerdo de lo que se sentía y vivía…Por motivos (extremadamente resumidos dado que esos no son el tema) de metas, sueños, fe en el teatro y ganas de poner un granito de arena; tengo una A.C. de teatro musical y ahora, desde hace aproximadamente diez años soy de las que están en la mesa. Y esto me ha llevado a concluir que no importa si son de la obra de la secundaria, de tu escuela de teatro, del montaje horrible del teatro abandonado o de la súper compañía… siempre es lo mismo. Y he descifrado que hay ciertos perfiles que difícilmente faltan en una audición: 

DE LOS AUDICIONANTES:

  • Los que “te juran que están súper enfermos, entonces si les sale medio mal, es por eso”. Que de ninguna forma es una reacción psicosomática en la opción A. U opción B mucho menos es que no hayan tomado clases recientemente o que no hayan vocalizado o entrenado lo suficiente como para justificar cualquier imprevisto que pueda surgir mientras cantan y que así quien los audiciona se quede en su mente con un pensamiento como “bueno, pero si así canta estando enfermo(a), tal vez lo puede hacer mucho mejor”.
  • Los que tienen cara de “no tengo idea de qué hago aquí”. No sé si los llevan a la fuerza, si alguna vez de pequeños soñaron hacer teatro y sin más usaron sus polvos flu y aparecieron en la audición, o si su amiga(o) les dijo que el teatro les iba a ayudar con sus problemas actuales… pero el chiste es que llegan con cara de “no tengo idea de qué hago aquí” y se nota. Y, ¿saben algo? ¡La gente que los audiciona tampoco tiene idea de qué hacen ahí con esa cara! Si bien, creo que el teatro es sumamente inclusivo y efectivamente puede ser sanador, pero sea cual sea la razón o el medio por el cual llegaron, hagan un esfuerzo en disimular esa cara.
  • A los que su mamá y tía les dijeron en la comida familiar después de su palomazo, que ellos tenían una gran voz triunfadora que merecía ser escuchada por todos, razón suficiente por la cual creen fervientemente que efectivamente triunfarán, incluso cuando jamás han tomado una clase de canto en su vida. Y no sólo eso, sino que además con todo y gallos y desafinadas, juran que van por el mismísimo estelar de cualquiera que sea la obra. Que –no me mal interpreten- por supuesto que hay gente con un talento maravilloso nato y que no necesitan jamás una clase para cantar de manera espectacular. Pero son los menos. Todos los demás mortales, debemos prepararnos. Siempre lo digo: tus ganas de cumplir un sueño, deben ser directamente proporcionales a tus ganas de trabajar para obtenerlo. Entonces si queremos hacer algo, hay que ser congruentes y prepararnos lo suficiente. Porque el “cantar bonito” con el mariachi, o echarse “Vivo por ella” el día de las madres (porque ellas insisten en pensar que es una canción que podría aplicar en ese día), no siempre es suficiente para triunfar en el teatro. (De nuevo, dejaré este tema con el cual me podría explayar, porque tampoco es el punto principal de este lindo escrito.)
  • Los que se quedaron con la idea que tener el estelar en la obra en su prepa, es el pase directo a seguir siendo sumamente talentosos. Y llegan con aires de grandeza porque (por decir algo) “ellos salieron del mismísimo PIPPIN en PIPPIN” I mean… HOW COOL IS THAT? Y esto me remonta a mi punto anterior. Muchas veces el talento con el que ganabas un personaje en el teatro de tu escuela, no es suficiente para ganarlo fuera de ella. Y si ya tienes talento, y verdaderamente te apasiona, es más inteligente cultivarlo, que pensar que es infinito e inentrenable.
  • Los que se excusan antes de empezar a cantar con algo como “híjole, pues a ver qué tal me sale”. Y terminan siendo como el típico que en la escuela decía antes de un examen que “no había estudiado nada”, salía del examen y decía que “le había ido pésimo”, le daban su calificación y sacaba 10.
  • Los que pese a que les dices que quieres que preparen una canción con pista, no lo ven necesario y les parece que con su linda cara y melodiosa voz que no se desafina a capella… va a ser más que suficiente.
  • Los que se sobre produccionan en su outfit y si audicionan para baile, llegan mejor vestidos que Maddie Ziegler en su sesión de fotos de Capezio, y si audicionan para canto, llegan más creativamente combinados que Rachel Barry. Lo mejor es que siempre lo intentan hacer parecer “casual”. O sea con toda la producción encima pero “que no se vea que lo intentaron demasiado”. Tengo algo que decirles: sí se ve que lo intentaron demasiado. No por eso se ve mal, no digo eso… sólo sí se ve.
  • Los que llegan y… muy conscientes de su talento, llegan a calentar frente a todos a ver a quién intimidan de paso. Y si bailan, se ponen a “estirar” contorcionísticamente y, o sea… don’t ching me. Si a las primeras de cambio, hicieron eso con su elasticidad, definitivamente no necesitaban estirar antes. Y si cantan, se ponen a hacer de esos ejercicios de vocalización que en YouTube tienen de título “Wow. Boy vocalizes like a pro” o algo así. Y entonces los pobres diablos que realmente estaban calentando alrededor, se quedan con su cara de “ya valí”.
  • Los que se ponen a hablar de sus participaciones previas en obras como para que todos sepan que SÍ tienen experiencia. ¿A quién le dicen? ¡Nadie sabe! Porque nadie nunca les pregunta cuántas obras llevan o los personajes que han tenido, sólo ellos lo cuentan a quien les dé oídos y a quien no, TAMBIÉN.
  • Los que cuando pides 1 canción de un minuto, traen preparadas 3 completas y exigen ser escuchados. ¿POR?
  • Los que están tan nerviosos, que pierden el control con respecto a algo. Me ha tocado de todo. Desde los que se traban y tienen que repetir la canción, hasta los que ya sobrevivieron a su canción y después de oír el “te enviaremos un correo en estos días” te dicen “gracias” y acto seguido se estrellan con la pared al salir (esto es muy real).
  • Los que quieren probar su estado de “cool” y “chilled” mediante una plática casual pre o post audición. Aunque la prepararon en su cabeza, y están seguros que va a sonar muy bien, de alguna manera se las arreglan para olvidar el guión y terminan cantinfleando con una cara que intenta ser relajada.
  • A los que se les pone la mente en blanco y olvidan su canción justo cuando es su turno y tienen que terminar cantando “Las Mañanitas”. Yo fui de esas la primera vez que audicioné. En mi defensa, tenía siete años.
  • Los que hicieron teatro “en su juventud” y algo en el corazón les hace volver, y están nerviosísimos porque creen que están sumamente desentrenados. A los que les aplique este caso, tengo dos cosas que decirles: la primera; es normal. El teatro es adictivo, tarde o temprano tenían que volver. Y la segunda; no se preocupen, si estudiaron lo suficiente, y lo tienen aun en el corazón, lo más probable es que lo hagan mejor que mucha gente “más joven”.
  • Los que quién sabe cómo, pero conocen a todos. Nadie sabe exactamente quién es. Pero lo ven en todas las audiciones. Quién sabe en qué obra se quede, pero tiene actitud de “me quedo en todas y en las que no, es porque no quiero”. Y lo peor es que saluda a todos amistosamente y exagera el gusto que le da encontrarse a sus mil amiguis, pero ajajá… ¡no se dejen engañar! Sólo quiere sacar sopa de lo que sea y que los demás novatos se sientan mal por no conocer a nadie “del medio”.

DE LOS AUDICIONADORES:

Y esto atiende no sólo a mis momentos en la mesa, sino a mis muchos momentos audicionando para una.

  • El que se autoasignó el rol de poner cara de malote para “dar seriedad”. Porque, claro… si en la mesa de audiciones no hay uno con cara de malote, entonces la obra NO ES SERIA. Que no te engañen.
  • El que sobrecompensa la cara del malote con una cara de “aquí todos somos buena onda, no te pongas nervioso(a)”… aquí entre nos, esta siempre soy yo.
  • El staff con cara de “ya valiste”. ¿A qué se referirá su cara? Nunca lo sabrás. Tal vez a que llegaste muy tarde, muy temprano, a que te vestiste muy mal, a que tienes cara de ser pésimo… no se sabe pero ese staff te ve feo.
  • El staff que se siente el productor por pegarte un post-it con un número.
  • La persona que ni está en la mesa pero ni es staff porque no está haciendo nada. Pero está parada en la puerta y es la que más muecas hace. Y desde que lo ves piensas: “¿y tú por qué no te vas?”.
  • El que no te voltea a ver. Tú ahí desgañitándote, pero a parecer no vales ni valdrás su tiempo para voltear a verte. Sus papeles con fotos de alguien que no eres tú, parecen ser más importantes.
  • El que por alguna razón tiene muchísimas cosas que decirle a alguien de la mesa justo cuando tú estás cantando. Entonces no sabes si le está diciendo algo como «el que está cantando apesta», o «tengo hambre, ¿a qué hora es el break?».

Evidentemente siempre hay excepciones, y nada de esto lo digo con afán de molestar; incluso varias cosas me aplican o en su momento aplicaron a mí misma. Sólo es una observación. Y pues bueno, yo pasé un buen rato escribiéndolo, jaaa.

Sobre lo que el cuerpo y la mente sienten cuando tienes que olvidar a alguien que no estabas listo para dejar.

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          Cuando un problema es tan grande que genera que los sentimientos de tristeza, miedo o preocupación aumenten en mí de manera desmedida, automáticamente pierdo la capacidad de hablar profundamente al respecto con la gente. En el mundo de mi mente, si me dedico a desahogar lo que siento, permito que los sentimientos me controlen. En cambio si los manejo de tal forma que en vez de desahogarme, me concentro en resolverlos, yo los controlo a ellos. O al menos eso pensaba.

No es que no sepa ponerme en contacto con mis sentimientos. Todo lo contrario, soy muy sentimental. Precisamente por eso es que me da tanto miedo abrir esa puerta, cuando sé que tengo algo en qué enfocarme, antes que dejarme invadir por la tristeza. Y me hace mucho sentido, porque los problemas se arreglan resolviéndolos, no llorándolos. Lo que no consideré, es que cuando eso pasa, tu cuerpo saca lo que tus palabras no… y cuando las reacciones físicas comienzan a apoderarse de mí, ahí es cuando me doy cuenta que lo dejé llegar muy lejos, y que necesito sacar de mi sistema todo lo que llevo cargando. Pero no sé cómo, ni sé con quién. Así que descifré que escribir me sirve para aclarar mis ideas y sentimientos, y para desahogar un poco lo que llevo dentro. Así que aquí va:

 Esta es la historia de un corazón roto (por vez número no sé qué). Mi corazón. La historia gráfica y descriptiva de lo que ocurre en mi mente y en mi cuerpo en el proceso de dejar ir a alguien. En este preciso momento, no me siento con la capacidad suficiente de narrar lo que sucedió. Estoy segura que conforme pasen los días y agarre confianza con mi escrito, podré contarlo. Por ahora lo que importa es saber que hoy es lunes. Él me terminó el viernes. O sea que hoy es el día cuatro. No es que quiera llevar obsesivamente la cuenta, pero a veces el sufrimiento ajeno, puede ser útil para el aprendizaje de las demás personas. Y todos siempre nos preguntamos más o menos cuánto tiempo te toma superar este tipo de cosas… para cuando yo termine de escribir esto, al menos sabré aproximadamente cuánto tiempo me toma a mí.

 La cotidianidad está llena de gente que te saluda y pregunta “¿cómo estás?” y yo sólo pienso que la norma social dicta que debo contestar “bien, ¿y tú?”; pero la realidad es que no estoy bien. Sin embargo el ochenta por ciento de las personas con las que te topas, y te preguntan cómo estás… no tienen ningún interés real en saberlo. Así que elijo ahorrarme la mirada incómoda ocasionada por la respuesta no esperada ni aceptada, y me voy por el lado del “bien, ¿y tú?”. ¿Por qué no estoy bien? Porque dentro de lo más doloroso que tiene la vida, está por un lado un sentimiento no correspondido y por otro, el tener que dejar ir a una persona que no estabas list@ para dejar ir. En este caso, fueron las dos juntas…

 No puedo explicar por qué. Pero en muchas ocasiones me pasa que sé lo que va a suceder. Lo siento en mi panza. La mayoría de las veces, puedo distinguir si es algo bueno, malo, si es emoción, nervios o tristeza. En este caso, una semana antes de que ocurriera, yo ya lo sabía. Fueron cuatro los factores que me permitieron saberlo:

  1. Soy demasiado intuitiva.
  2. Lo conozco muy bien.
  3. Él es sumamente transparente.
  4. Me dolía el estómago.

Las cosas estaban bien. No nos peleábamos, nos veíamos mucho, hablábamos diario, reíamos, platicábamos. No había indicio alguno para pensar que algo podía estar yendo mal (o eso pensaba yo). Hasta una semana antes de que ocurriera. No podía dormir incluso teniendo sueño, absolutamente todo lo que comía me hacía daño, y por alguna razón sentía ya una tristeza profunda. De hecho me caché a mí misma lagrimeando una que otra vez en esa semana. No tengo idea cómo, pero juro que ya lo sabía.

 Dicen que este tipo de cosas son menos difíciles de manejar desde el enojo que desde la tristeza… Pero desde el viernes y hasta hoy lunes… no ha disminuido la segunda. Y está difícil porque, no estoy enojada. Ni tantito.

No pensé ser de las personas a las que les cuesta trabajo llorar. Al parecer sí lo soy. Desde el día uno, hasta hoy día cuatro, he llorado. Pero sólo por momentos muy breves. Un llanto desmesurado, pero luego de aproximadamente cinco minutos, no puedo llorar más. El problema es que esa necesidad de llanto, llega a mí de la nada, sin previo aviso y además bastante seguido. Como uno no puede detener su vida porque “no vaya a ser que de pronto quiere llorar…” pues intento seguir con la rutina, ir a mis compromisos y “distraerme”. Pero me descubro a mí misma de la nada abandonando no en cuerpo, sino en alma el lugar en el que me encuentro, y me voy… me retiro de ahí para ser invadida por recuerdos. Luego alguien me dice “Ari, ¡despierta!”, entonces yo finjo una sonrisa e intento permanecer en el aquí y en el ahora al menos un poco más de cinco minutos.

 El conflicto ni siquiera es que “todo me recuerde a él”… que sí es así. Pero el verdadero problema es que haya algo que me recuerde a él, o no… sólo yo de pronto me acuerdo. Es como si mi mente fuera un reproductor de videos descompuesto. Y aunque yo selecciono el canal que transmite el presente, de la nada y sin motivación aparente, se cambia al pasado una y otra vez. En el canal del pasado, la programación es variable. A veces pasan recuerdos agradables y a veces pasan recuerdos de lo que me dijo y las razones que me dio. Ambas opciones, duelen. Y como no he podido sentarme a llorar horas, siento que la tristeza me habita. No me deja en paz ni un segundo.

 He logrado medio descifrar la sensación física que me genera. Para empezar me duelen los ojos. Me duele tenerlos abiertos, me duele cerrarlos y están hinchados. He tenido que abusar del maquillaje estos días para disimularlo. Para seguir, me duele la cabeza de la frente hacia atrás. Como si muchas manos estuvieran haciendo presión constante y perpetua para aplastarme. Luego me duele el estómago de una manera que no sabía que podía doler. Es como si estuviera vacío, y entonces yo sintiera perfectamente el puño que constantemente lo golpea. Y el pecho, ¿quién tan cruel me pega de tal forma que me cuesta trabajo respirar? Y por si fuera poco… pese a que me siento agotada, no puedo dormir. Logro medio dormir muy tarde, y me despierto muchas veces en la noche. Entre una vez y otra, me tardo horas en volverlo a lograr. Y si lo logro… a las siete de la mañana ya me desperté y no hay poder humano que me haga seguir durmiendo.

 Constantemente suenan en mi cabeza las palabras que me dijo, y entonces, aunado a todos mis males, siento como si todo lo que hay en mi cuerpo se cayera hasta el suelo. Esta misma sensación fue la que tuve en el momento en que me lo dijo. Es bastante desagradable estarla reviviendo. Todo dentro de mí, de pronto me abandona y se deja llevar por la fuerza de gravedad haciéndome sentir vacía por un instante. Vacía, frágil y débil… y como estoy vacía, de pronto todo lo que veo se pone en pausa y comienza a girar hasta que se convierte en negro. Es aquí cuando siento que mi cuerpo tiene que seguir a todo lo que me abandonó por el suelo, y debo dejarme caer… o al menos siento que no voy a poder controlarme y me voy a caer. Afortunadamente hasta ahora, todas las veces me he dicho a mí misma “no, no… tú estás aquí, no te caigas. Despierta, regresa”. Y entonces recupero el control sobre mí misma.

 Este es el status hasta ahora. Me siento muy mal. Con la poca gente de extrema confianza con la que siento que puedo hablar al respecto… ya lo hablé. Me pasa esta cosa curiosa en la que pese a que no puedo dejar de pensar en eso, no tengo ya ganas de hablar de ello. Y pese a que no quiero estar sola, tampoco quiero estar acompañada. Me ha resultado sumamente amenazante y agotador el ir a los compromisos sociales y fingir constantemente que estoy bien. En las tres ocasiones hasta ahora, me he cansado temprano y he preferido retirarme. De por sí no me aviento las salidas de carrera larga, y luego sumándole el esfuerzo exhaustivo que hago por pasar un buen rato o al menos aparentarlo… pues termino zombie.

 La cuestión no es “encontrar cosas para hacer y distraerme”. Porque esas me sobran, y afortunada o desafortunadamente tengo muchas cosas que hacer. Y ni siquiera soy de las que se tiran a la porquería y eligen no hacerlas. Si las hago, sólo que no puedo controlar que mi querido transmisor de videos, se mude a sus recuerdos.

 Me he encontrado varias veces en estos días viendo su conversación en whatsapp. Que por cierto, es ya tan larga… que aunque siempre borro todas las conversaciones, ESA no la he podido borrar. Y no la veo para re-leerla. La veo para ver si está en línea. No sé para qué, no gano nada. No sé si quiero que me escriba o si sólo quiero reafirmarme que SÍ ha usado su celular y en ninguna ocasión ha sido para buscarme. Y si me buscase, tampoco sé que tan buena idea sería. Si él ya dejó clara su postura de no corresponderme. Y –como se lo dije- lo más importante que yo merezco, es que me correspondan.

 Seamos realistas, ¿para qué digo que no? La verdad si tengo más que la esperanza… el deseo de que se dé cuenta que sí me quiere y que está dispuesto a esforzarse más. Dudo que suceda. Y para ser sincera, esta semana lo tengo que ver tres veces porque toca en un evento en el que unos amigos y yo cantaremos. Y tenemos que ensayar dos días, y al tercero pues dar el show. Y eso me aterra. Porque no sé cómo voy a hacer para no ponerme a llorar en su cara, o no verlo con la peor cara de sangrona que le hace vudú mental, o ser la más indiferente y reírme maníacamente fingiendo que ya no me importa. Me conozco, y esos son mis tres escenarios de reacción. ¿Lo peor? ABSOLUTAMENTE NADA me va a hacer toparme con él una vez habiendo pasado ese evento. Es un pro pero un contra también.

 Qué difícil es decirle adiós a alguien a quien no estabas list@ para dejar ir. Qué feo es que te obliguen a cerrar un ciclo. Qué difícil es tener la sensación de querer demostrar que sí vales la pena, y que sí puedes hacerlo funcionar… y saber que a quien tengas que demostrarle eso, no vale la pena. Qué triste es saber que sí se vale luchar por el amor, pero no se vale luchar sola. Qué desafortunado es querer demasiado a alguien que no te pudo querer de vuelta. Qué desgastante es querer sacar la tristeza, y sentirla constantemente invadir tu cuerpo. Qué desagradable es querer llorar incontroladamente, y al mismo tiempo no permitírtelo. Así las cosas, así yo, y así mi corazón. Mañana será otro día.

Con respecto a «hacerse la difícil»…

Me molesta un poco la situación. Estoy cansada de tener que jugar el juego del “ligue” (palabra que –por cierto- me da todo el repele del universo).

¿Por qué soy yo la que debe esforzarse por cumplir requerimientos sociales inimaginables?

Si una mujer no se hace del rogar, no debería automáticamente convertirse en “menos deseable” para un hombre… tendría que ser completamente al revés. Si no me hago del rogar, sólo demuestro que mi valía va mucho más allá de hacerme la difícil o no, porque soy lo suficientemente segura de mí misma como para saber que puedo mostrar mis sentimientos libremente, y considerar que si eres inteligente, vas a valorarlos y aferrarte a mí, mucho más que si me empeño en fingir ser indiferente. Y si me dan ganas de llamar, llamo. Y si me dan ganas de escribir primero, escribo. Y si me sugieres un plan al cual estoy convencida que quiero y puedo ir, ¡no tengo por qué fingir que tengo que pensarlo!

Perdón, pero si de verdad tengo que pretender que no quiero, sólo para que no pierdas el interés en mí… entonces más bien tú no vales la pena. ¿Los cerebros de los hombres de verdad son tan primitivos como para funcionar así? Alguien dígame ¡¿EN QUÉ CLASE DE SOCIEDAD VIVIMOS.?!

Okay, perdón por levantar la voz. Ya estoy más tranquila. Ahí les va:

Hace unas semanas estaba platicando con uno de mis mejores amigos. Es de esos que -además de ser extremadamente sincero conmigo-, nunca ha tenido problemas para conseguirse a cuanta niña se le ha antojado. Y me explicó la teoría de “El hombre cazador”. Para todos aquellos que no estén familiarizados con ella, se las resumo. El hombre, es un cazador. Ja. Cosa que no era nada predecible por el nombre de la teoría. Permítanme extrapolarlo narrando la conversación, que fue más o menos así:

Amigo: ¿Si tú fueras cazadora, qué es lo primero que harías con la cabeza de un animal que te costó muchísimo trabajo atrapar?

Yo: La… ¿cuelgo?

Amigo: ¡Exacto! Y si no lo lograste atrapar, pero viene alguien más con la cabeza de ese mismo animal, y te la regala, ¿qué haces?

Yo: ¿No la cuelgo?

Amigo: ¡Precisamente! (La verdad no dijo “precisamente”, dijo “exacto” otra vez, sólo no quería sonar repetitiva, pero volvamos al meollo del asunto…)

Seguimos platicando, y resulta que los hombres quieren que les cueste trabajo cazar a ese animal para estar orgullosos de colgar su cabeza. (En caso que alguien no haya entendido la metáfora para este punto; las mujeres son el animal difícil de cazar) Entonces si alguien les facilita ese trabajo, no les sabe igual tener la cabeza y no la valoran. Porque, claro… ¿quién valora algo que le regalan? Y es que aquí es donde yo tengo que levantar la voz otra vez y decir: ¡PUES QUE IDIOTEZ! ¿Por qué no podemos ser lo suficientemente inteligentes como para valorar algo que nos están regalando?

Si yo tengo un billete, no importa si me lo gané trabajando, si lo encontré tirado, o si me lo regalaron de cumpleaños… vale exactamente lo mismo. Y sería una reverenda estupidez de mi parte, no darme cuenta de eso. Alguien dígame ¿quién en su sano juicio se encuentra tirado un billete ya no digamos de $500… de $200 y ha dicho “Oh, mira. ¡Un billete de $200! Lo dejaré ahí en el suelo, porque si no me lo gano godineando, no me sabe igual”? NADIE. Nadie lo hace ni lo hará. ¿Por qué no podemos ser igual con respecto a las personas? ¿Por qué “conocemos” más el valor de un billete, antes que el de los seres humanos?

Por supuesto que no pretendo que años y años de un comportamiento repetitivo y una conducta que vive en el inconciente colectivo, cambie… no es reclamo a nadie, es meramente desahogo. Porque quizá no todas son tan afortunadas de tener a un amigo lo suficientemente sincero, o con el cariño como para decirles las cosas tal y como los hombres las ven. Pero la realidad es que así piensan todos, o en su defecto, la inmensa mayoría.

Este es un tema complicado. Ni siquiera me estoy metiendo en cuestiones de “feminismo” con cosas como quién tiene que pagar la cuenta. Creo que ésta, es una situación de percepción ante el manejo de la situación de una conquista o relación. Y le doy vueltas porque dudo ser la única a la que le pasa, pero… Soy sumamente transparente con mis emociones. De verdad que a mí me cuesta más trabajo controlarme para no contestar un mensaje, que contestarlo y decir “¡Sí quiero, vamos!”. Ojo: no estoy diciendo que estoy en pro de la intensidad. Porque no estoy sugiriendo que la opción sea escribir y decir: “Hola, no me has escrito. Ya vi que estás en línea. ¿Me estás aplicando las palomitas azules? ¿Por? ¡Hay que vernos! ¿Estás ahí? Tu celular me manda a buzón.” Sólo estoy diciendo que me parece ridículo no poder decir SI cuando quiero decir que sí. O no poder decir “yo paso por ti” o contestar un mensaje rápido, porque… no vaya a ser que crean que como no soy difícil de conseguir, entonces no valgo la pena.

A mí me gusta poder desbordar mi sonrisa si me la pasé muy bien. Me encanta poder mandar un mensaje cuando algo me recuerda a él, independientemente de si ya me saludó o no… y creo que un hombre, tiene que saber valorar eso. Así que: HOMBRES; deberían hacer el ejercicio de dominar sus extraños instintos, y aprender a valorar a una mujer lo suficientemente madura e inteligente como para no tener que jugar el juego de pubertos de hacerse la difícil. Y MUJERES; deberíamos todas de hacer el ejercicio de valorar a todos los hombres que se empeñen en mantenernos a su lado, aún cuando “siempre estemos disponibles para ellos”.

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No te enamores de un teatrero.

Enamorarse de un teatrero puede ser peligroso. Si no quieres una vida llena de energía, aventura, retos y ensayos, será mejor que no lo hagas.

No te enamores de un teatrero si no quieres a una persona decidida, constante, perseverante y dedicada a tu lado. Si además de todo; existen actitudes o situaciones que si ocurriesen en público, te darían pena, entonces quizá un teatrero no es para ti. Ellos ya perdieron el miedo al ridículo, y están tan seguros de lo que están haciendo, que poco les importa lo que los demás vayan a decir. Esto incluye tomarse fotos con poses extrañas que parecerían intentar simular el final de un número musical, de pronto hablar cantando, poner su iPod en shuffle en una fiesta y que de repente suene una canción como «Nicest kids in town», que los cánticos de regadera se asemejen mucho a un concierto,  o lo más peligroso: tomarse MUY a pecho las fiestas tema o de disfraces y asistir a ellas sumamente producidos.

No te enamores de un teatrero si no existe nada que te apasione. Si eres de esos que no hace un esfuerzo mayúsculo por nada, o de los que prefiere un fin de semana de descansos o fiestas, entonces quizá no entenderás a alguien cuya pasión es tan grande, que es capaz de usar sus fines de semana ensayando, o de pasar días sin dormir o comer, sin energía para nada, pero listo para subirse a un escenario a llenarlo de arte. No comprenderías que a un ensayo no se falta ni se llega tarde salvo que sea extremadamente necesario. No entenderías la pasión que genera un ensayo, y toda la adrenalina que queda en el cuerpo después de una función.

Quizá no debas enamorarte de un teatrero si no te gusta mucho la luz. Los teatreros emanan luz y brillan a donde vayan. Si no eres seguro de ti mismo, no te va a gustar, porque son los típicos que en las reuniones tienen las mismas anécdotas que todos, pero de alguna manera se las arreglan para contarlas de una forma excepcional que entretiene y divierte a todos.

No te enamores de un teatrero si no sabes disfrutar de una forma de arte profunda que no sea el cine. En donde no hay “Toma 2”, o un close-up para captar una emoción, en donde aún siendo extremadamente accidental, todos los errores deben solucionarse inmediatamente. Si no puedes disfrutar de la energía y entrega desmedida que un artista está dispuesto a dar, si no percibes el fuerte trabajo que él y toda la producción emplearon para darte dos horas de entretenimiento, y si no te gusta que haya una canción después de cada cinco palabras, me temo que un teatrero no es para ti.

Con un teatrero corres el riesgo de tomar muchos riesgos. Puedes sentir que estás sintiendo demasiado, además de encontrar muchos significados distintos a cosas a las que antes no les dabas importancia. Además cabe la posibilidad de que generes una adicción a ambas cosas; al teatrero y al teatro.

No te enamores de un teatrero si no crees poder estar dispuesto a ser el «juez» y escuchar una canción de audición una y otra vez. Si no te gustan las emociones fuertes, abandona YA a tu teatrero.  Y no me refiero al drama. Me refiero a esa capacidad de reír demasiado, preocuparse, entristecerse, o enojarse todavía más que una persona normal. Si no toleras a una persona que establece una conversación sin importancia, pero se mete en ella como si fuera el debate de su vida, entonces debes de buscar a alguien más.

Si te parece ridículo lagrimear cuando escuchas música en vivo, o cuando algo que emana de un escenario es tan conmovedor que te cambia la perspectiva de algo, o si sientes que nunca nada es lo suficientemente bueno como para soportarlo más de una vez, escucha mi consejo. Un teatrero no te conviene.

Los teatreros se entregan en su vida personal, de la misma forma como se entregan en el escenario. Y si no lo van a hacer bien, prefieren no hacerlo; por lo tanto si tu entrega a un teatrero, no va a ser desmedida… Entonces definitivamente no es para ti. Puedes estar en una fiesta con teatreros y de pronto ellos se ponen a cantar o bailar algún número de una obra que -independientemente de que la hayan hecho o no- todos parecen saberse de memoria. Una vez en una fiesta, nos pusimos a jugar a «La Voz». SI. ¡A «LA VOZ»! Alguien cantaba, los demás se ponían de espaldas, y si gustaba… se volteaban. Es muy real, y todos y cada uno de los ahí presentes, rebasábamos los veinte. Si no crees poder aguantarlo, será mejor que no lo intentes desde un inicio.

Ya de New York ni hablamos. Si te encanta la fiesta y los destinos de «ambiente»… quizá detestes el hecho de estar con una persona que prefiere viajar a New York antes que a Las Vegas. Y ya si logras disuadirlo, quizá te lo intercambie por ir a Disney. Si haces un excelente trabajo convenciéndolo, tal vez vaya a Las Vegas pero, ¿qué crees? Va a querer ir a todas las obras que estén presentándose ahí antes que a cualquier show del Cirque du Solei. Y ¡aguas! Porque si te toca ir a NY, gastarás. Y mucho. Porque hay que ver muchas obras, MUCHÍSIMAS. ¡Nunca basta  de verlas! Y no creas que es baratísimo, eh. Además vale más la pena ver una obra más y comer horrible, que un alimento decente que sacrifique una función más.

El teatro es peligroso, el aplauso es adictivo. Genera sensaciones que no sabemos definir, pero que podemos sentir. Genera necesidad por hacerlo una y otra vez aún cuando cada vez que termina una temporada, terminamos tan cansados que estamos seguros de que “tomaremos un descanso del teatro”. Cosa que recomiendo que –en caso de que pienses tomar el riesgo y enamorarte de un teatrero- no deberás creer. No lo podemos dejar, a veces genuinamente lo intentamos o deseamos, pero es superior a nuestra fuerza, porque es energía que necesitamos y que nos mueve día a día, nos hace ser quienes somos.

Con conocimiento de causa te digo que si no quieres todo eso, y no quieres ser inmensamente feliz, no es la mejor idea enamorarse de un teatrero. ¡Sal corriendo! ¡Huye del teatrero! O de lo contrario, te puedes contagiar, y… agárrate. El peligro que se avecina: teatrarás (aunque lo intentes evitar, de alguna forma ocurrirá), sonreirás, llorarás, te apasionarás y todo te parecerá más intenso.

Escucha lo que te digo, no te enamores de un teatrero.

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El camino al olvido.

Alguna vez hace unos años, me vi ante la penosa necesidad de olvidar a alguien, por exceso de amor correspondido de su parte… *léase con sarcasmo*. Así que escribí esto, que jamás le enseñé. Pero que sí compartí con gente que pasaba por lo mismo. Es lo más cercano (al menos que yo he podido expresar) a la descripción precisa de lo que se siente estar en esa situación. Y decía así:

Llevo toda la mañana intentando encontrar el equilibrio al comenzar mi rutina. Pero no consigo concentrarme en nada. Quizá mi equilibrio más bien había sido resignación, y hoy no sé por qué se siente diferente. Algo no se siente como ayer, y no estoy segura si es el sentimiento de extrañarte, o si es la certeza de que las cosas no van a volver a ser como antes.

Tomar la decisión me costó cuando menos un año de mi tiempo, 10 litros de mis lágrimas, 5kg. de chocolates, el 95% de mis canciones, y todos y cada uno de mis pensamientos. Ya ni siquiera puedo distinguir qué salió más caro, si la ilusión de tu presencia o la decisión de mi alejamiento. Sin embargo las cosas son como son, y fue difícil tomar la decisión.

Cuando uno compra un boleto de ida al olvido, lo compra en el primer puesto que encuentra; sin saber cuán largo es el recorrido, si tiene escalas,o si es primera clase o clase turista. En el poco o mucho tiempo que llevo yo en el camino, a veces siento que voy en primera clase, pero sin duda hay días en que parecería que voy con el equipaje. Han habido escalas, de varios días… y me quedo perdiendo el tiempo estancada en un mismo lugar. Luego quizá la desesperación y la tristeza me invitan a abordar nuevamente, y así me aventuro una vez más sin saber cuánto más me va a tomar llegar.

En mi travesía, a veces estoy acompañada. Pero a veces estoy sola, algunas veces me llevan, pero otras tengo que caminar por mi cuenta. Y tampoco me advirtieron cuán doloroso e inmensamente confuso es llegar. Me he caído, a veces necesito estar tirada del dolor y otras veces me levanto luego luego. No niego que me he confundido de dirección, no sé si no leo bien los letreros, o si me resulta más sencillo voltear la mirada e imaginarte una vez más. Incluso hay veces que siento que te veo. Pero tu imagen definitivamente está borrosa, entonces no distingo si pretendes detenerme, si al mismo tiempo que yo, tú emprendiste el mismo camino, si te estoy imaginando, o si sólo son apariciones espontáneas para darle más suspenso a la ya de por sí difícil tarea de llegar a olvidarte. Inmersa en la completa ironía de amarte, he concluido cuán contradictorio es el hecho que antes encontraba en ti toda la fuerza que necesitaba para salir adelante, y hoy eres mi fuente de debilidad más grande.

Lo que más me confunde, es la incertidumbre de lo que voy a encontrar una vez habiendo llegado. ¿Será que un letrero me va a avisar que estoy ahí? ¿Me sentiré mejor o peor? ¿Y si compré un boleto redondo e inevitablemente vuelvo a ti? ¿Si en realidad sólo era un boleto de ida, significa entonces que llegando desapareces de mi vida? ¿Si desapareces de mi vida, voy a saber manejarlo? Creo que la agencia de viajes no sabe que “al cliente lo que pida”, porque nadie responde mis preguntas. A veces pido saber qué haces y nadie me dice. A veces me pregunto qué sientes, y nadie sabe. A veces quiero saber si estás abordo en el mismo lugar que yo, y ni eso parecen poder asegurarme.

En ocasiones, cuando estoy estancada, y te veo… me pregunto qué tan lejos o cerca estoy de olvidarte. A veces me arrepiento de intentarlo. Pero luego te veo y me doy cuenta que nada es ya como antes, y me repito a mi misma lo necesario que era irme. ¿Será que nada es como antes porque yo emprendí mi camino? Quizá tú compraste tu boleto mucho antes que yo el mío, y cuando los dos estemos ahí, podamos ser amigos. O probablemente sólo me engaño. Nunca nadie dijo que el olvido se refiere únicamente a un aspecto. Si se refiere al olvido permanente y en cualquier ámbito, te voy a haber perdido por siempre. Y me aterra.

Llevo cuatro años de mi vida (mínimo) aprendiendo a girar alrededor tuyo. Absolutamente todo lo que hago y dejo de hacer, lo hago por y para ti. Y si lo hago por mí, siempre intento agradarte, recibir tu reconocimiento. Incluso hoy que me alejo, mis actos siguen girando en torno a ti. Antes para buscarte, hoy para contenerme. Desde luego que me confundo y eventualmente surge la necesidad urgente de verte. Aún con la esperanza de que me detengas, y me digas que no me vaya; que me invites a quedarme del otro lado y que nunca más intente irme, me encuentro una y otra vez frente a la realidad en la que no me pides nada…  Y cada vez, incluso estando frente a ti, tu imagen de lo que eras se hace aún más borrosa.

En fin, pasa la mañana… y yo sigo sin poder graficar en Excel en el trabajo. Es más, ni siquiera he conseguido despegar mi mente de tu imagen ni un solo momento. Y es que es aterrador, porque aún cuando nunca estuviste conmigo de la manera en que yo estuve contigo, hoy no estoy segura de cómo se hace para que mi vida gire nuevamente alrededor de mí. Siempre lo hacía por ti, buscando al menos una señal de reconocimiento. Cosa que por cierto siempre ha costado trabajo obtener de ti. Porque nada nunca fue suficiente. Y es algo que me da aún más miedo… si nada fue suficiente para tenerte, ¿Será algo suficiente para olvidarte?

 No quiero desvirtuar esto y comenzar a reclamarte lo mucho que me dueles. Porque lo que es un hecho, es que nadie nunca me enseñó tanto como tú. Con nadie jamás me reí como contigo. Creo que sobre poblé mi estómago de mariposas con tu presencia. Baile como con nadie, comí, reí, hablé, jugué, disfruté y considero que hoy sé todo de ti. Nadie nunca me había dado momentos tan felices. Hasta hoy, mi más grande felicidad está guardada con los momentos pasados a tu lado. Pero si bien es cierto, a toda acción corresponde una reacción. Y de la misma manera, por nadie nunca había llorado tanto. Creo que por eso se murieron todas las mariposas, los litros y litros de lágrimas las ahogaron. Ni siquiera sabía que podía generar tal cantidad de tristeza. De igual forma, nadie nunca me había hecho enojar tanto, ni decepcionado tanto. Por lo que concluyo que las emociones más fuertes que he vivido hasta ahora, han sido contigo o por ti.

La cosa está así. Yo emprendo mi camino a tu olvido, pero te encuentro con frecuencia, sin estar segura de a qué atribuir tu presencia. Sin embargo cada que te encuentro, espero que me invites a quedarme, pero no sucede. En ese sentido no me queda más que seguir en mi camino, sin que nadie resuelva mis dudas ni me dé lo que necesito. A veces voy acompañada, a veces voy sola, e  irónicamente a veces tú mismo me indicas el camino.

De ésta forma, yo camino. Respiro, espero, avanzo, dudo, extraño. A veces pienso que el olvido no es sino la costumbre a la ausencia de una persona. Pero si es el desvanecimiento, no te podré ver más una vez habiendo llegado. Cual fuere, me dirijo al olvido. Cierro los ojos, y sigo mi camino. Y si escribo todo esto, es porque no quiero nunca olvidar lo difícil que me resultaste de olvidar. Y asegurarme que nunca más alguien recibirá mi cariño, sin antes haber demostrado que lo merece o que cuando menos lo va a cuidar y apreciar. Hoy frente a todos mis recuerdos y miedos, cegada por las ideas pero alimentada de realidad, me dirijo a tu olvido. No sé cuánto más me tome, pero sé que me ha costado muy caro como para arrepentirme y quedarme. Y sé que la esperanza de que me detengas, se desvanecerá, y espero cuando llegue… poder darte una sonrisa y agradecerte por haberme enseñado que yo sí sé amar. Así me despido, te veo del otro lado, o en su defecto; no te vuelvo a ver más.