Sobre lo que el cuerpo y la mente sienten cuando tienes que olvidar a alguien que no estabas listo para dejar.

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          Cuando un problema es tan grande que genera que los sentimientos de tristeza, miedo o preocupación aumenten en mí de manera desmedida, automáticamente pierdo la capacidad de hablar profundamente al respecto con la gente. En el mundo de mi mente, si me dedico a desahogar lo que siento, permito que los sentimientos me controlen. En cambio si los manejo de tal forma que en vez de desahogarme, me concentro en resolverlos, yo los controlo a ellos. O al menos eso pensaba.

No es que no sepa ponerme en contacto con mis sentimientos. Todo lo contrario, soy muy sentimental. Precisamente por eso es que me da tanto miedo abrir esa puerta, cuando sé que tengo algo en qué enfocarme, antes que dejarme invadir por la tristeza. Y me hace mucho sentido, porque los problemas se arreglan resolviéndolos, no llorándolos. Lo que no consideré, es que cuando eso pasa, tu cuerpo saca lo que tus palabras no… y cuando las reacciones físicas comienzan a apoderarse de mí, ahí es cuando me doy cuenta que lo dejé llegar muy lejos, y que necesito sacar de mi sistema todo lo que llevo cargando. Pero no sé cómo, ni sé con quién. Así que descifré que escribir me sirve para aclarar mis ideas y sentimientos, y para desahogar un poco lo que llevo dentro. Así que aquí va:

 Esta es la historia de un corazón roto (por vez número no sé qué). Mi corazón. La historia gráfica y descriptiva de lo que ocurre en mi mente y en mi cuerpo en el proceso de dejar ir a alguien. En este preciso momento, no me siento con la capacidad suficiente de narrar lo que sucedió. Estoy segura que conforme pasen los días y agarre confianza con mi escrito, podré contarlo. Por ahora lo que importa es saber que hoy es lunes. Él me terminó el viernes. O sea que hoy es el día cuatro. No es que quiera llevar obsesivamente la cuenta, pero a veces el sufrimiento ajeno, puede ser útil para el aprendizaje de las demás personas. Y todos siempre nos preguntamos más o menos cuánto tiempo te toma superar este tipo de cosas… para cuando yo termine de escribir esto, al menos sabré aproximadamente cuánto tiempo me toma a mí.

 La cotidianidad está llena de gente que te saluda y pregunta “¿cómo estás?” y yo sólo pienso que la norma social dicta que debo contestar “bien, ¿y tú?”; pero la realidad es que no estoy bien. Sin embargo el ochenta por ciento de las personas con las que te topas, y te preguntan cómo estás… no tienen ningún interés real en saberlo. Así que elijo ahorrarme la mirada incómoda ocasionada por la respuesta no esperada ni aceptada, y me voy por el lado del “bien, ¿y tú?”. ¿Por qué no estoy bien? Porque dentro de lo más doloroso que tiene la vida, está por un lado un sentimiento no correspondido y por otro, el tener que dejar ir a una persona que no estabas list@ para dejar ir. En este caso, fueron las dos juntas…

 No puedo explicar por qué. Pero en muchas ocasiones me pasa que sé lo que va a suceder. Lo siento en mi panza. La mayoría de las veces, puedo distinguir si es algo bueno, malo, si es emoción, nervios o tristeza. En este caso, una semana antes de que ocurriera, yo ya lo sabía. Fueron cuatro los factores que me permitieron saberlo:

  1. Soy demasiado intuitiva.
  2. Lo conozco muy bien.
  3. Él es sumamente transparente.
  4. Me dolía el estómago.

Las cosas estaban bien. No nos peleábamos, nos veíamos mucho, hablábamos diario, reíamos, platicábamos. No había indicio alguno para pensar que algo podía estar yendo mal (o eso pensaba yo). Hasta una semana antes de que ocurriera. No podía dormir incluso teniendo sueño, absolutamente todo lo que comía me hacía daño, y por alguna razón sentía ya una tristeza profunda. De hecho me caché a mí misma lagrimeando una que otra vez en esa semana. No tengo idea cómo, pero juro que ya lo sabía.

 Dicen que este tipo de cosas son menos difíciles de manejar desde el enojo que desde la tristeza… Pero desde el viernes y hasta hoy lunes… no ha disminuido la segunda. Y está difícil porque, no estoy enojada. Ni tantito.

No pensé ser de las personas a las que les cuesta trabajo llorar. Al parecer sí lo soy. Desde el día uno, hasta hoy día cuatro, he llorado. Pero sólo por momentos muy breves. Un llanto desmesurado, pero luego de aproximadamente cinco minutos, no puedo llorar más. El problema es que esa necesidad de llanto, llega a mí de la nada, sin previo aviso y además bastante seguido. Como uno no puede detener su vida porque “no vaya a ser que de pronto quiere llorar…” pues intento seguir con la rutina, ir a mis compromisos y “distraerme”. Pero me descubro a mí misma de la nada abandonando no en cuerpo, sino en alma el lugar en el que me encuentro, y me voy… me retiro de ahí para ser invadida por recuerdos. Luego alguien me dice “Ari, ¡despierta!”, entonces yo finjo una sonrisa e intento permanecer en el aquí y en el ahora al menos un poco más de cinco minutos.

 El conflicto ni siquiera es que “todo me recuerde a él”… que sí es así. Pero el verdadero problema es que haya algo que me recuerde a él, o no… sólo yo de pronto me acuerdo. Es como si mi mente fuera un reproductor de videos descompuesto. Y aunque yo selecciono el canal que transmite el presente, de la nada y sin motivación aparente, se cambia al pasado una y otra vez. En el canal del pasado, la programación es variable. A veces pasan recuerdos agradables y a veces pasan recuerdos de lo que me dijo y las razones que me dio. Ambas opciones, duelen. Y como no he podido sentarme a llorar horas, siento que la tristeza me habita. No me deja en paz ni un segundo.

 He logrado medio descifrar la sensación física que me genera. Para empezar me duelen los ojos. Me duele tenerlos abiertos, me duele cerrarlos y están hinchados. He tenido que abusar del maquillaje estos días para disimularlo. Para seguir, me duele la cabeza de la frente hacia atrás. Como si muchas manos estuvieran haciendo presión constante y perpetua para aplastarme. Luego me duele el estómago de una manera que no sabía que podía doler. Es como si estuviera vacío, y entonces yo sintiera perfectamente el puño que constantemente lo golpea. Y el pecho, ¿quién tan cruel me pega de tal forma que me cuesta trabajo respirar? Y por si fuera poco… pese a que me siento agotada, no puedo dormir. Logro medio dormir muy tarde, y me despierto muchas veces en la noche. Entre una vez y otra, me tardo horas en volverlo a lograr. Y si lo logro… a las siete de la mañana ya me desperté y no hay poder humano que me haga seguir durmiendo.

 Constantemente suenan en mi cabeza las palabras que me dijo, y entonces, aunado a todos mis males, siento como si todo lo que hay en mi cuerpo se cayera hasta el suelo. Esta misma sensación fue la que tuve en el momento en que me lo dijo. Es bastante desagradable estarla reviviendo. Todo dentro de mí, de pronto me abandona y se deja llevar por la fuerza de gravedad haciéndome sentir vacía por un instante. Vacía, frágil y débil… y como estoy vacía, de pronto todo lo que veo se pone en pausa y comienza a girar hasta que se convierte en negro. Es aquí cuando siento que mi cuerpo tiene que seguir a todo lo que me abandonó por el suelo, y debo dejarme caer… o al menos siento que no voy a poder controlarme y me voy a caer. Afortunadamente hasta ahora, todas las veces me he dicho a mí misma “no, no… tú estás aquí, no te caigas. Despierta, regresa”. Y entonces recupero el control sobre mí misma.

 Este es el status hasta ahora. Me siento muy mal. Con la poca gente de extrema confianza con la que siento que puedo hablar al respecto… ya lo hablé. Me pasa esta cosa curiosa en la que pese a que no puedo dejar de pensar en eso, no tengo ya ganas de hablar de ello. Y pese a que no quiero estar sola, tampoco quiero estar acompañada. Me ha resultado sumamente amenazante y agotador el ir a los compromisos sociales y fingir constantemente que estoy bien. En las tres ocasiones hasta ahora, me he cansado temprano y he preferido retirarme. De por sí no me aviento las salidas de carrera larga, y luego sumándole el esfuerzo exhaustivo que hago por pasar un buen rato o al menos aparentarlo… pues termino zombie.

 La cuestión no es “encontrar cosas para hacer y distraerme”. Porque esas me sobran, y afortunada o desafortunadamente tengo muchas cosas que hacer. Y ni siquiera soy de las que se tiran a la porquería y eligen no hacerlas. Si las hago, sólo que no puedo controlar que mi querido transmisor de videos, se mude a sus recuerdos.

 Me he encontrado varias veces en estos días viendo su conversación en whatsapp. Que por cierto, es ya tan larga… que aunque siempre borro todas las conversaciones, ESA no la he podido borrar. Y no la veo para re-leerla. La veo para ver si está en línea. No sé para qué, no gano nada. No sé si quiero que me escriba o si sólo quiero reafirmarme que SÍ ha usado su celular y en ninguna ocasión ha sido para buscarme. Y si me buscase, tampoco sé que tan buena idea sería. Si él ya dejó clara su postura de no corresponderme. Y –como se lo dije- lo más importante que yo merezco, es que me correspondan.

 Seamos realistas, ¿para qué digo que no? La verdad si tengo más que la esperanza… el deseo de que se dé cuenta que sí me quiere y que está dispuesto a esforzarse más. Dudo que suceda. Y para ser sincera, esta semana lo tengo que ver tres veces porque toca en un evento en el que unos amigos y yo cantaremos. Y tenemos que ensayar dos días, y al tercero pues dar el show. Y eso me aterra. Porque no sé cómo voy a hacer para no ponerme a llorar en su cara, o no verlo con la peor cara de sangrona que le hace vudú mental, o ser la más indiferente y reírme maníacamente fingiendo que ya no me importa. Me conozco, y esos son mis tres escenarios de reacción. ¿Lo peor? ABSOLUTAMENTE NADA me va a hacer toparme con él una vez habiendo pasado ese evento. Es un pro pero un contra también.

 Qué difícil es decirle adiós a alguien a quien no estabas list@ para dejar ir. Qué feo es que te obliguen a cerrar un ciclo. Qué difícil es tener la sensación de querer demostrar que sí vales la pena, y que sí puedes hacerlo funcionar… y saber que a quien tengas que demostrarle eso, no vale la pena. Qué triste es saber que sí se vale luchar por el amor, pero no se vale luchar sola. Qué desafortunado es querer demasiado a alguien que no te pudo querer de vuelta. Qué desgastante es querer sacar la tristeza, y sentirla constantemente invadir tu cuerpo. Qué desagradable es querer llorar incontroladamente, y al mismo tiempo no permitírtelo. Así las cosas, así yo, y así mi corazón. Mañana será otro día.